Hoy se inaugura la exposición «Vikingos. Señores del Norte. Gigantes del Mar» en el Museo Arqueológico de Alicante, organizada en colaboración con el Museo Nacional de Dinamarca; una exposición inédita en España ya que es la primera vez que estas piezas pisan nuestro país. Tantos siglos después de que los propios vikingos pisasen nuestras costas. Sí, también las de Alicante, a mediados del siglo IX.
Esta exposición, sumamente didáctica, tiene como pretensión principal acercar al público general una sociedad tan desconocida como mitificada: la de los vikingos. ¿Por qué desconocida y mitificada? Pues porque si nos paramos a pensar en qué entendemos por un vikingo, la mayoría de nosotros probablemente esté —o haya estado— equivocado. ¿Infames guerreros? ¿Demonios del mar? ¿Saqueadores? ¿Violadores? ¿Crueles? ¿Desalmados? ¿Salvajes? Todos estos epítetos y cualidades —más el manido casco con cuernos y otros aspectos sobre su apariencia— son, cuando menos, cuestionables. Y matizables.
A furore Normannorum libera nos Domine. A finales del siglo VIII d.C. esta frase comenzó a resonar como un mantra por todos los resquicios de la cristiandad. De la furia de los hombres del norte líbranos, Señor. Los vikingos habían llegado.
El 8 de Junio del año 793 la Crónica Anglosajona recogía lo que se ha considerado el inicio oficial de la Era Vikinga. El primer saqueo documentado de barcos vikingos a las costas inglesas, concretamente al monasterio de Lindisfarne.
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«Este año [793] vinieron terribles advertencias sobre la tierra de Northumbria [Inglaterra], aterrorizando a todos: éstas fueron inmensos haces de luz cruzando a través del cielo, y torbellinos, y fieros dragones volando en el firmamento. Estos ingentes males fueron seguidos por una gran hambruna: y no mucho después, en el sexto día antes de los idus de enero de ese mismo año, las horrorosas incursiones de hombres paganos causaron lamentables estragos en la iglesia de Dios en la isla sagrada, mediante el saqueo y la masacre».
Crónica Anglosajona. (Describiendo el primer saqueo a la Isla de Lindisfarne)
«Nunca antes ha aparecido tal terror en Gran Bretaña como el que hemos sufrido de la raza pagana […] Los paganos derramaron la sangre de los santos alrededor del altar, y pisotearon los cuerpos de los santos en el templo de Dios, como el estiércol en las calles».
Alcuino de York
Está claro que esta no fue la mejor carta de presentación de los vikingos al resto del mundo. El tiempo hizo el resto, y los hombres del norte pasaron a formar parte del imaginario popular como una de las culturas y sociedades más temidas de toda la Historia.
Saquearon, sí. Atacaron, sí. Piratearon, sí. Guerrearon, también. Sin embargo, los vikingos fueron mucho más que saqueadores, piratas o guerreros. Los vikingos también —y sobre todo— fueron granjeros, audaces comerciantes, excelentes navegantes con barcos de avanzada tecnología para su época, magníficos y delicados poetas y gente de un gusto refinado por el arte, prueba de ello son sus piedras rúnicas y otros objetos cotidianos decorados con deliciosos gusto. Los vikingos también poseían un jerarquizado entramado social en el que la mujer tenía un estatus y un papel realmente importante. Un sistema en el que el esclavo podía ser liberado y el rey era escogido… y depuesto si se daba el caso. Los hombres del norte, además, desarrollaron un intricando y complejo sistema legal que les llevó a la creación de uno de los primeros parlamentos conocidos en el mundo, el thing de Islandia. Numerosos hallazgos arqueológicos nos han permitido conocer abundantes utensilios relacionados con el cuidado personal —peines, sets de aseo, pinzas, tijeras— y ricas telas y refinadas joyas, lo que nos permite saber que eran una sociedad que cuidaba su higiene y su aspecto.
Y qué decir de ellos como comerciantes. Los vikingos abrieron nuevas rutas de exploración a través del Báltico y del Este; siguiendo los ríos Volga y Dniéper los vikingos fundaron emporios comerciales en la Europa eslava y llegaron a lugares tan lejanos como Constantinopla, Jerusalén, Bagdad o el Mar Caspio. A través de estas rutas comerciales los vikingos importaron plata, seda, especias, armas, vino, vidrio, cerámica y piedras preciosas; y exportaron esclavos, miel, trigo, estaño, lana, pieles y cuero, plumas y halcones, marfil de morsa y ballena y ámbar.
El conocidísimo barco vikingo de zoomorfas proas convirtió a los hombres del norte en exploradores y colonos, llevándolos a territorios que hicieron suyos como Inglaterra, Irlanda, Islandia, Groenlandia o las costas de Canadá, entre otros.
Entonces, ¿qué o quiénes fueron los vikingos? El vikingo fue el hombre que vivió en los territorios de la península escandinava que hoy son Suecia, Noruega y Dinamarca —a los que se añadieron otros a medida que avanzaba la Era Vikinga— entre finales del siglo VIII y finales del siglo XI. Fue granjero en invierno, pirata en verano, comerciante en el este, guerrero en el oeste, saqueador, incursor, colono, aventurero, escaldo y poeta, artesano, astrónomo, el más fiel de los amigos, el más fiero de los enemigos, rey o esclavo, pagano y, a veces, cristiano. El vikingo fue un hombre —y mujer— sorprendentemente polifacético y autárquico: balanza de pesar plata en una mano y hacha o espada en la otra (como apunta el conocido autor Régis Boyer en su obra La vida cotidiana de los vikingos) erigía sus casas, mantenía su ganado, pescaba su comida, araba sus tierras, tejía su ropa, construía sus barcos, adoraba a sus dioses y se movía motivado por algo tan básico y tan importante como era conseguir bienes y riquezas; bien mediante el saqueo, bien mediante el comercio.
Las huellas de todo ello podremos verlas a lo largo de esta maravillosa exposición.
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Laia San José Beltrán – The Valkyrie’s Vigil
2 Comments
imponente exposición
Gran artículo, gracias, Laia