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Hacia 1904, el sacerdote jesuita Julio Furgús realizó un espectacular descubrimiento en la denominada “Ladera de San Antón”, situada a algunos kilómetros al norte de la localidad de Orihuela: la tumba de una mujer ataviada con espirales de plata, un cuchillo de cobre envuelto en un pañuelo de lino, un punzón de metal, una vasija de cerámica hecha a mano y un conjunto de pequeñísimos conos de oro perforados.
Furgús ya había extraído de este lugar una gran cantidad de objetos antiguos, con los que había conformado una extraordinaria colección en el cercano Colegio de Santo Domingo, en donde ejercía como profesor. Aunque siempre creyó que era un cementerio –encontró allí más de 600 tumbas, según dejó constancia en sus escritos– ya en su época otros insignes arqueólogos, como Luís Siret, se dieron cuenta de que San Antón era realmente una gran aldea de la denominada Cultura de El Argar.
Hace 4000 años, la argárica podía considerarse una de las sociedades de la Edad del Bronce más adelantadas del Occidente de Europa. En los grandes poblados como San Antón residían y recibían sepultura las elites, distinguidas del resto de la población por las armas de cobre y bronce y los adornos de oro y plata con los que eran enterrados. Conectado con los circuitos comerciales del Mediterráneo de la Edad del Bronce, San Antón ocupaba un lugar estratégico en medio del valle del río Segura, que ya entonces servía de principal vía de comunicación entre la costa y el interior. Por eso no es de extrañar la gran cantidad de armas de bronce y adornos de plata y también de oro que Furgús encontró allí durante sus excavaciones.
Furgús murió repentinamente en 1909, y el pequeño museo de Santo Domingo se desmanteló en la década de 1930. La colección se encuentra hoy repartida en varios museos: el Museu d’Arqueologia de Catalunya, en Barcelona, el Museo Comarcal de Orihuela y el MARQ de Alicante.
Los 75 pequeñísimos conos de oro perforados (hoy sólo se conservan 42) descubiertos por Furgús en aquella sepultura son extraordinarios, pues más de un siglo después de su hallazgo siguen siendo únicos en la península ibérica. En cambio, por entonces eran muy corrientes en Europa oriental, donde se elaboraban en bronce o en oro y se cosían para adornar ropas de gala. Así es también como debieron llegar hasta aquí desde algún lugar de los Cárpatos: cosidos al cuello de un vestido entregado como un lujoso y exótico obsequio, o quizá cubriendo el cuerpo de una joven de alto rango, procedente de la otra punta de Europa.
Hoy no podemos saberlo. Sin embargo, el ADN antiguo ha demostrado que la sociedad argárica, como otras muchas en la Europa de la Edad del Bronce, era exogámica y patrilocal: las mujeres abandonaban sus aldeas de origen para casarse y residir junto a sus maridos, estableciendo así lazos entre familias y, en el caso de las élites, procurando alianzas comerciales internacionales con otras familias poderosas.